Redactábamos
una
ingenua
carta
con
una
enorme
lista
de
"Quiero
que
me
traigas",
y
pasábamos
contando
los
días
con
un
aparato
que
llamábamos
"Ya
sólo
faltan".
Y
cada
mañana
nos
asomábamos
a
ver
cuantos
días
faltaban
para
Navidad.
Pero
a
medida
que
se
acercaba
el
día,
las
horas
se
nos
hacían
eternas
y
pasaban
llenas
de
advertencias
de
"Si
no
te
portas
bien".
Gozábamos
las
posadas,
visitábamos
a
la
familia,
íbamos
de
compras,
llenábamos
de
focos
nuestro
pino
hasta
que,
por
fin,
llegaba
la
anhelada
Nochebuena.
La
casa
se
llenaba
de
alegría
y,
con
la
mágica
aparición
de
los
regalos,
las
ilusiones
se
volvían
realidad
y,
por
un
momento,
olvidábamos
el
verdadero
significado
de
la
Navidad.
Hoy nuevamente llega la Nochebuena y la historia se repite con los hijos, que pasan los días redactando borradores de tiernas cartas con una imaginación sin límites. Piden, piden y piden: juguetes, pelotas, muñecas, "O lo que me quieras traer".
Y
mientras
a
los
niños
la
Navidad
los
llena
de
ilusión,
a
los
adultos
nos
llena
de
esperanza
y
nos
permite
convivir
con
la
familia
regalándonos
unos
a
otros
cariño
y
buenos
deseos,
brindando
por
nuestros
éxitos,
apoyándonos
unos
a
otros
en
nuestras
derrotas
y
tratando
de
entendernos.
¡Porque
la
mejor
forma
de
festejar
el
nacimiento
de
Jesús
es
llamando
al
que
está
lejos,
olvidando
rencores
tontos
y
resentimientos
necios...
amando
y
perdonando!
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