Ser y no estar

 

 

 

El amor es como esos venenos que no inmunizan, sino que provocan efectos acumulativos, y recaen sobre los anteriores envenenamientos, sobre las dosis ya asimiladas, hasta ocasionarnos la muerte. Por qué entonces cuando, después de una ruptura, el corazón se nos queda destrozado, hay unos misteriosos tejedores, unas benévolas monjitas zurcidoras, que van entretejiendo los desgarros, restaurando la urdimbre con hilos sacados del propio desastre, hasta dejar casi nuevo, reconocible, casi idéntico -aunque nunca el mismo de antes-, nuestro corazón. Es decir, lo dejan dispuesto otra vez para ser desgarrado. Vivimos en la sucesión, en el transcurso; vivimos en el tiempo. Tendríamos que vivir en el instante, que es lo único eterno, porque está por encima y fuera del tiempo. Vivimos en la premura y en la necesidad, y la vida es casual y azarosa. Tendríamos, por eso, que estar y no que ser.

El corazón humano es capaz de soportarlo todo: es capaz de morir y seguir vivo; pero también de morir sin haber vivido nunca.

Todo el mundo ha experimentado que el corazón tiene razones que la razón desconoce.

 

 

 

 

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